La chica sin nombre se adentró en la niebla. No sabía por
qué. Algo la empujaba a seguir hacia delante. A pesar de las ramas que se clavaban
en sus pies desnudos, a pesar del frío que golpeaba su piel a través del fino
vestido negro que se movía de forma inquietante, proyectando lúgubres sombras a
su alrededor. Siguió caminando hasta que su vestido se difuminó en la noche y
ya no quedó nada de ella.
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