Amor. Dulce palabra. Amarga verdad. Pues, ¿que es el amor si
no otra forma más lenta de muerte? Y no me refiero a las películas románticas que me hacen vomitar arcoiris, en las que la vida es un musical y nunca llueve, me refiero a lo que hay detrás. Nadie nos
prepara para lo que nos espera después de esas películas. Nadie nos habla de lo
que se siente al ser rechazado, al ser usado, al ser nada. Nadie nos cuenta
que, algún día, miraremos a alguien y ese alguien no nos verá realmente, que
seremos como el humo, que pasaremos y no dejaremos rastro. Que no existe eso
del amor a primera vista, que no existe tal cosa como las almas gemelas, y que
no, que no soy ninguna media naranja. Que nos parecemos más a limones, pues eso
es lo que hace el amor, vuelve nuestra vida ácida, la amarga, y qué sé yo. Y no sé
porque hablo del amor, si yo no creo en él. Y yo no se por qué no creo en él, si
una vez fui una de las muchas que cayó en su devastadora red.
Y qué grandioso sería volver al simple me quiere, no me
quiere deshojando una margarita. Y qué bonito sería coger otra margarita y
empezar de cero cuando el resultado no es el esperado. Pero no somos
margaritas, y aún así nos herimos con cada No me quiere y perdemos los
pétalos con cada lágrima, con cada historia inconclusa, con cada falso Me
quiere.